Hay algo que los huéspedes suelen decir cuando entran por primera vez en Can Frare.
A veces se detienen en el pasillo. A veces cierran los ojos. Pero casi siempre lo dicen con una sonrisa:
«¿Qué es ese olor?»
Es una pregunta preciosa, porque la respuesta dice mucho sobre esta casa y sobre Ibiza.
El aroma de Can Frare no proviene de un solo lugar. Al igual que la finca en sí, es complejo y deliberado. Cada habitación alberga parte de una historia más amplia, de madera, flores y aire.
Podemos intentar destilar sus secretos.
La primera nota es estructural. Literalmente.
Las vigas principales del techo están hechas de madera de sabina centenaria, procedente del Juniperus thurifera autóctono, un árbol que crece bien en Ibiza.
La madera de sabina tiene un aroma profundo y terroso, almizclado y casi sagrado. De hecho, su nombre latino se traduce como «enebro productor de incienso». Cuando se quema, desprende una fragancia dulce y ahumada que se ha utilizado durante mucho tiempo en rituales locales. Una vez cortadas y curadas, las vigas perfuman suavemente las habitaciones, liberando lentamente su aroma durante muchos años.
Los visitantes suelen comentar el aroma reconfortante, sin saber que es la propia casa la que huele tan bien.
Siempre tenemos lirios orientales en el salón, es un ritual tranquilo que tenemos.
Su fragancia es inconfundible: rica, embriagadora, melosa. Una sola flor basta para llenar la casa con su aroma dulce y empolvado. Atrevidas y esculturales, son tan bonitas a la vista como al olfato.
Y luego, silenciosamente en segundo plano, llega la nota final: nuestros difusores.
Todas las habitaciones de Can Frare están impregnadas de una sutil fragancia de Aromas de Ibiza, una empresa local que nos encanta por su calidad, elegancia y profunda conexión con la paleta de colores de la isla.
Alternamos entre algunas de nuestras mezclas favoritas:
• Vainilla y sándalo: suave y cálido, como el aire después del atardecer.
• Naranja y canela: ligeramente especiado, perfecto para la primavera.
• Limón e higo: brillante, verde y mediterráneo, un soplo de aire fresco del huerto.
La memoria olfativa es real. Estos aceites dejan una huella en la mente, mucho después de haber hecho la maleta.
Un jardín que florece por la noche
Fuera de la casa, también, la fragancia vive en la tierra.
Estamos situados bajo un gran bosque de pinos, por lo que el aroma del pino libanés es constante. Pero en las terrazas que rodean la finca hemos plantado frangipani, jazmín y dama de la noche.
En las cálidas tardes, cobran vida, un suave perfume floral que flota en la brisa y se posa cerca de la piscina, el porche, el borde de una cena al atardecer.
No es solo lo que ves aquí.
Es lo que hueles.
Y el olfato, más que cualquier otro sentido, es el que nos ancla en la memoria.
“El olor de la leña me tocaba el corazón como unos dedos, como un jazmín, como algunos recuerdos.”
Pablo Neruda,
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